Tras cuatro semanas confinados el cuerpo comienza a acostumbrarse a las nuevas rutinas. La tensión y el miedo descienden y nuestro cuerpo y mente se relajan. Ante esta nueva etapa, podemos caer en ciertos “vicios” y “derroches” en los que al principio de la cuarentena no pensábamos. El alcohol, los ultraprocesados, la falta de ejercicio o pasar demasiadas horas delante de una pantalla, pueden pasarnos factura a medio plazo.

Por otro lado, pasar tanto tiempo en casa ha incrementado otros pasatiempos, como el consumo del porno, el uso de videojuegos o cocinar como si no hubiera un mañana aunque, tras unas semanas, nos decantamos más por los bollos y las tartas que por la pasta y el arroz.

Durante la primera semana de confinamiento, los productos de limpieza no faltaron en ningún hogar, fundamentales para desinfectar; seguidos de conservas, legumbres, platos preparados y arroz, productos básicos no perecederos. Sin embargo, tras las primeras compras motivadas por el miedo como reacción al confinamiento, ahora los ciudadanos asumimos y desdramatizamos este hecho y empezamos a gestionar nuestro consumo de forma más racional aunque no del todo saludable.

Entre los productos cuyo consumo se incrementa estos días están la cerveza ( 78%) y las conservas ( 23%), mientras que bajan aceite (-58%), platos preparados (-48%), arroz (-46%), legumbres (-42%), leche en polvo (-36%), amoniaco (-33%) y pasta (-33%).

La denominada ‘compra búnker’, que provocó una oleada masiva de compras de productos no perecederos y de primera necesidad, ha sido sustituida por la ‘compra de caprichos’ como la cerveza, las patatas fritas o el chocolate, durante la cuarentena por coronavirus.

El encierro en casa por culpa de la epidemia de coronavirus ha hecho saltar otra alarma: a menos movimiento, más kilos. “El confinamiento exige un sacrificio extra: comer menos”, recomienda la endocrinóloga Clotilde Vázquez, quien advierte: “El miedo también engorda”.

Disminuimos la actividad física y atracamos la nevera con más frecuencia, pero también la ansiedad, el miedo y el estrés de una situación nunca antes vivida hace que nuestro cuerpo reaccione.

“Que nadie se extrañe si tiene más hambre. El miedo hace almacenar grasa”, afirma la jefa del Servicio de Endrocinología y Nutrición de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid.

“Este estrés emocional, este estado de inquietud generado por el coronavirus moviliza una complejidad de hormonas y neurotransmisores que nos hace almacenar más energía,

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