Resulta imposible no indignarse con Elton John (Reginald Kenneth Dwight, Londres, de 72 años). Algunas ocurrencias suyas pasarán al pliego de cargos contra esa subespecie humana llamada superestrellas. Una compulsión consumista que llega a inutilizar su pista de squash, repleta de cajas de embalaje con las compras que ya no cabían en su mansión. El enfermizo sentido de omnipotencia, que le lleva a telefonear a su discográfica para exigir que “hagan algo” con ese viento que sopla sobre Londres y le impide dormir. Sin olvidar los excesos azucarados de su propia música, de la que hablaremos más adelante.

Al mismo tiempo, inevitable admirar a alguien tan lúcido respecto al propio absurdo de su existencia. Su naturaleza gregaria le rodea de gente que evita que prosperen sus intentos de suicidio y que le ayuda a superar sus crisis de salud. Y aquí urge volver a mencionar su música, frecuentemente banal, pero que alcanza cumbres inefables, algo expresado en esa escena de la película Almost Famous, cuando los protagonistas —una banda de rock y su séquito de gira— terminan cantando su Tiny Dancer.

El inconveniente de una autobiografía de Elton John reside en que él mismo ya ha contado todo en documentales y entrevistas a tumba abierta. Incluso, ha sido precedida por Rocketman, un biopic hecho de acuerdo con sus instrucciones. Así que conviene ovacionar a alguien cuyo nombre no aparece en Yo (Reservoir Books): Alexis Petridis. El buen hacer del periodista de The Guardian se evidencia en las más de 400 páginas del libro. El negro de este volumen ha logrado mantener la tensión en una narración que, a grandes rasgos, todos conocemos. Aparte, Petridis ha dotado a Elton de una fina conciencia de sí mismo, insertando mínimas puntualizaciones que le permiten escaquearse de responsabilidades y exhibir siempre su mejor perfil.

Así, constantemente invoca la herencia genética de sus padres para justificar sus arrebatos. Su padre —militar de la RAF— parece una caricatura del inglés frígido y la madre se revela como un monstruo,

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