Desde principios del siglo XXI, nos cuentan que los emprendedores de Internet son las nuevas estrellas del rock. Y sí, a veces se trata de visionarios con mensajes aleccionadores (y vidas trepidantes). Pero sus hazañas también pueden llevar advertencias, avisos negativos.

La de Elizabeth Holmes es ahora mismo la gran Historia Ejemplar del entorno digital. Supera la fantasía de novelistas escépticos como Dave Eggers en El círculo: una chica de buena familia que abandona la universidad a los 19 años con la declarada intención de hacerse multimillonaria o, si prefieren la versión épica, cambiar el mundo al estilo Steve Jobs. Hay que reconocer que logró lo primero.

Portada de 'Mala sangre'.Portada de ‘Mala sangre’.

Elizabeth localizó la frontera de las oportunidades en la biotecnología y apostó por financiar el desarrollo de prodigiosas máquinas que resolvieran los análisis de sangre de modo rápido, barato e indoloro; una punción en la yema del dedo bastaría para extraer, aseguraba, la cantidad de plasma necesaria para centenares de pruebas. Adiós a las jeringuillas; al acelerar la detección de enfermedades, se salvarían millones de vidas.

Su relato era impecable. Fundó una empresa en Palo Alto con el sobrio nombre de Theranos, que consiguió unos mil millones de dólares gracias a inversores deslumbrados y ansiosos fondos de capital riesgo. Todos aceptaron sus proyecciones económicas. Sin vender uno solo de sus productos, Elizabeth entró en la lista de las 400 personas más ricas de Estados Unidos. Pretendía revolucionar el mundo de los ensayos médicos y convertirse en personaje central del negocio de la salud. Buscaba cambiar la legislación —y lo logró en algún Estado— para que cualquier hipocondríaco pudiera revisarse sin la intervención de los galenos. Gracias a Carlos Slim, también intentó introducirse en México. El potencial económico era enorme; cadenas de farmacias y supermercados pagaron millonadas por instalar los aparatos de Theranos para descubrir dolenncias y, por supuesto, vigilar la eficacia de los tratamientos. De fondo, la quimera de que se convirtieran en algo tan personal y transportable como un iPhone.

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