La luz natural se filtra entre las floreadas cortinas, aunque no interrumpe el sueño de Rabiatou Aboubakar. Ella dormita en una estancia fresca y ventilada gracias a la brisa que sopla en la calle y se cuela entre las láminas abiertas de las ventanas. La habitación de hospital, de seis camas, tiene tres ocupadas, pero reina el silencio. La convaleciente Aboubakar ha encontrado el sosiego necesario para descansar ahora que por fin los dolores han disminuido. Es 26 de abril de 2019 y un día antes se ha conmemorado el Día Mundial de la Malaria, tal y como recuerdan numerosos carteles y anuncios en el hospital general de Maamobi, en el centro de Accra, la capital de Ghana. «Tenía ganas de celebrarlo y pensé que no podía hacer nada mejor que contagiarme», bromea la mujer. Aboubakar, que se ha desperezado ante la inesperada visita, lleva algo más de 24 horas ingresada y conectada a un gotero por un paludismo severo. Obviamente, está de guasa, y es buena señal. La enfermedad está remitiendo lo suficiente como para permitirle una burla.

La paciente, de 39 años y vecina de Accra, había vivido antes algún que otro episodio de esta dolencia causada por el plasmodium, un parásito que llega a la sangre humana a través de la picadura de algunas especies del mosquito Anopheles. «Nadie que viva aquí se ha escapado de ella», asegura. Pero nunca le había dado tan fuerte, así que por primera vez en su vida, tuvo que ser llevada en volandas al hospital. Sus médicos dicen que está mejorando, eso ya lo nota, pero de momento no le dan el alta.

En 2017, al menos 10,7 millones de personas contrajeron el paludismo y alrededor de 10.500 fallecieron en Ghana

El último Informe Mundial de la Malaria de la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que unos 7,8 millones de personas contrajeron el paludismo y alrededor de 11.000 fallecieron en 2017 en Ghana, país de 28 millones de habitantes donde es endémica.

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