Si quieres tener éxito en una tarea, has de escoger tu mejor momento del día para hacerla. Así de contundente es la ciencia del tiempo, que ha recogido maravillosamente Daniel Pink en su último libro Cuándo. Veamos algunos datos: las posibilidades de encontrar un pólipo en una endoscopia varían dependiendo del momento en que se realice la prueba. Se hallan 1,1 pólipos por cada examen a las once de la mañana. A las dos de la tarde se detectan menos de la mitad, según un estudio de 2011 publicado en la revista American Journal of Gastroenterology. Las presentaciones de resultados a inversores de las empresas cotizadas tienen mejor impacto en Bolsa cuando se realizan por la mañana. Y en Dinamarca se ha comprobado que los estudiantes, que deben pasar un examen anual, tienen mejores notas cuando hacen la prueba por la mañana que por la tarde. Incluso se ha observado que las evaluaciones de los pobres alumnos a los que les ha tocado examinarse a última hora del día caen a niveles de estudiantes con padres con menos formación o equivale a haber perdido dos semanas de un año escolar. Todo ello se debe a cómo funciona nuestro cerebro.

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En el hipotálamo tenemos el núcleo supraquiasmático, conformado por unas 20.000 células del tamaño de un grano de arroz. Su función es vital: actúa como nuestro reloj interno y define nuestros ciclos circadianos. Por eso, hay personas que son madrugadoras, no se les pegan las sábanas (los conocidos popularmente como alondras); y otros para los que, sin embargo, el despertador es un tormento y se apañan de mil maravillas por la noche (los búhos). Y luego, existe un tercer grupo que está en medio, ni madrugadores ni trasnochadores (los denominados colibríes). Según Roenneberg, el cronobiologo más famoso del mundo, el 14% de la población es alondra, el 65% es colibrí y tan solo el 21% es búho (aunque estudios posteriores elevan el porcentaje de los colibríes hasta el 80%).

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