Pregunta. ¿Por qué ha aumentado casi un 80% el consumo de opiáceos en siete años?

Respuesta. Hay varias razones. Una es que se atiende más y mejor el problema del dolor. Otra, el envejecimiento de la población, asociado a los dolores músculo-esqueléticos. Pero la cuestión no es cuánto se toma, sino si lo que se toma está bien administrado.

P. ¿Y lo está?

R. En su inmensa mayoría, sí. Sin los opiáceos, mucha gente viviría con un gran sufrimiento. Bien utilizados, son fármacos muy útiles, que mejoran la calidad de vida de los pacientes. Pero es obvio que también pueden ser mal utilizados y que tienen sus riesgos.

P. ¿Cuáles?

R. La dependencia y la adicción, entre otros. El fentanilo es el que más potencial tiene, especialmente en sus presentaciones de efecto inmediato. Solo deben ser indicadas como dosis de rescate en pacientes oncológicos con dolor irruptivo. Nunca como tratamiento base.

P. Pero no siempre es así.

R. Ese es el problema, que a veces también se prescriben fuera de indicación.

P. ¿Cómo es posible? ¿No existen guías para los facultativos?

R. Sí, pero es difícil hacerlas llegar de manera eficiente a todos los profesionales.

P. ¿Los opiáceos no se prescriben igual en toda España?

R. No. Hay 799 hospitales públicos, pero solo 183 tienen unidad del dolor. Hay servicios hospitalarios que, en el día a día, se enfrentan a casos graves de dolor sin saber exactamente cómo abordarlos. El origen del problema es que no se da una formación específica, ni en pregrado, ni en posgrado. No existe especialidad y la formación acaba recayendo en la industria, con lo que no llega a todos los profesionales. La clave es la formación adecuada a los profesionales sanitarios.

P. ¿Cómo debe ser el tratamiento adecuado?

R. Lo primero, tener claro que no existe la solución mágica para el dolor crónico. Bajará, mejorará… pero no va a desaparecer. Hay que ser cautos en la gestión de las expectativas e implicar al paciente en el tratamiento.

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