Franco es material de campaña de primera, considerando las dos grandes fuerzas electorales de este ciclo: la polarización y la fragmentación. La tensión izquierda/derecha se mantiene a pesar de la claudicación de Ciudadanos después de meses bibloquismo inflexible, pero ahora toca competir en las trincheras dentro de cada bloque, que es donde se ganan votos. En definitiva, nadie quita votantes a un partido del otro extremo, sino a los partidos colindantes en un escenario fragmentado. Las fronteras, como aconsejaba aquel viejo espadón del cono sur, es lo que hay que llenar de cañones. Y es difícil medir el efecto Franco pero los beneficiarios en las urnas, con seguridad, serían PSOE y Vox. En la derecha, solo Vox está dispuesto a rentabilizar abiertamente el botín emocional de la exhumación; activo que en la izquierda patrimonializará el PSOE, aunque en esta campaña hayan dejado en segundo plano el miedo a la ultraderecha. Si además el prior quiere añadir matices de psicodrama cerrando la basílica para acoger a Franco a sagrado, todo puede ser aún más efervescente.

Vox se ha recuperado en las encuestas incluso hasta auparse en alguna al podio, y puede dar la puntilla a Ciudadanos si lo supera. Abascal ha elevado la apuesta de la polarización que a Rivera no le sirve pero a él le va de perlas: «La historia del PSOE es criminal” se arrancó ante el auditorio de Vistalegre, lugar propicio para soñar con el asalto a los cielos, remontándose a las amenazas del fundador. A partir de ahí lanzó una retahíla de acontecimientos que avalarían el imaginario criminal del PSOE: «el pucherazo del 36, el asesinato del líder de la oposición a manos de su escolta, el robo del oro del Banco de España que se llevaron a Moscú, la petición de amnistía para los terroristas, el terrorismo de Estado que deslegitimó el trabajo de las fuerzas de seguridad, la corrupción de los ERE, la legalización de marcas políticas de ETA o el pacto de los golpistas». Ese totum revolutum, o la versión de las Trece Rosas de Ortega Smith,

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