Una mujer y su hija enfermas de ébola se convirtieron en el ejemplo de las dificultades que tienen los equipos del Gobierno de la República Democrática del Congo (RDC), de las ONG que trabajan sobre el terreno y de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para contener la epidemia que asola el este del gigantesco país centroafricano. La madre, de 24 años, falleció el martes 13 de julio; la pequeña está en tratamiento. La progenitora ya era un caso de alto riesgo porque en su pueblo se habían detectado enfermos de ébola, y ella huyó de ahí. Viajó 700 kilómetros al sur donde murió. «Cambió de identidad cuatro veces durante su viaje», indicó la OMS. ¿Por qué? Porque no quería ser identificada por la desconfianza hacia la medicina y las falsas creencias, sobre todo en las zonas rurales que son mayoría en esa parte del país africano.

Ambas fueron catalogadas como los dos primeros casos del virus en la región de Kivu del Sur, lo que amplía el número de regiones donde se lucha contra el ébola. Hasta el momento solo se habían detectado en las vecinas Ituri y Kivu del Norte. Un problema más para los equipos sanitarios, que también tienen que lidiar con la inestabilidad de la región, donde hay combates entre el ejército congoleño y diferentes milicias que operan por la zona. «Muchos de los equipos sanitarios tienen que ir escoltados», añade la doctora Marta Mora-Rillo, especialista en enfermedades infecciosas del Hospital La Paz-Carlos III (Madrid). «No hay un único brote grande. Son muchos brotes pequeños», indica. «Y también hay que tener en cuenta que no ha llegado de forma masiva a las grandes ciudades», apunta la doctora Diana Pou, especialista en este tipo de enfermedades en el hospital Vall d’Hebron (Barcelona) y portavoz de la Sociedad Española de Medicina Tropical y Salud Internacional (Semtsi).

Precisamente esa es la gran diferencia con el brote de hace cinco años,

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