Hoy rememoramos el Día Europeo de la Depresión, un reconocimiento de un problema de salud mental que tiene efectos a nivel individual con unas repercusiones en todos los ámbitos de la persona, y que en última instancia se convierte en un problema de salud pública.

En este día me gustaría recordar que no existe un cuadro único de depresión, no solo porque su causa puede ser distinta, sino porque cada persona la experimenta con una configuración igualmente distinta de síntomas y particularidades. Esto es importante porque, a la hora de pedir ayuda, los profesionales intervendrán de una manera u otra.

Durante el día de hoy se recordarán los síntomas y algunas causas que repercuten en el estado de salud mental de las personas con depresión, sin embargo, y precisamente hoy, quiero sacar a relucir algunas ideas sobre efectos positivos secundarios que subyacen en las personas que han pasado o están en procesos depresivos. Y para ello me centraré en la tristeza, que continuada en el tiempo, es una de las características que indican que una persona está sufriendo depresión.

Parémonos un segundo: la tristeza, a día de hoy, es considerada como algo negativo; la evitamos, no queremos estar ni que nuestros seres queridos estén tristes. Y menos que este sentimiento sea continuado en el tiempo.

Una mala experiencia tiene efectos negativos sí, pero, ¿no aprendemos de ello? Imaginémonos una habitación oscura, una persona sentada de cuclillas, intentando evitar que el frío controle su cuerpo. Sobre él, un haz de luz que impide ver cualquier cosa a su alrededor. Esta es la imagen de una persona sumida en su tristeza -profunda-, en sus pensamientos que -a menudo- reafirman miedos e inseguridades, y que la persona es incapaz de controlar.

Aunque parezca lo contrario, probablemente se puede considerar que esa persona está en un momento óptimo, pues está en un momento de su vida en el que necesita pararse y profundizar en él mismo,

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