Cada año, al acercarse ciertos periodos estacionales, se ponen de moda algunos alimentos “nuevos y exóticos”. Es el caso de la quinoa, las bayas de goji, el aceite de coco, la espirulina, las semillas de chía, la col kale… Estos prometen «una lista interminable de nutrientes», una «larga vida» y una «salud de hierro».

Hagamos una búsqueda en Internet de la palabra «superalimento«. En pocos segundos encontraremos más de 4.000.000 coincidencias. La cifra que aumenta hasta 56.900.000 si introducimos el término en inglés. Esto nos sugiere el potencial interés que despiertan este tipo de productos en diferentes colectivos de la población.

Encabezando el listado de resultados, hallamos la definición de Wikipedia. Aquí, el concepto “superalimento” se describe como “un término de mercadotecnia para referirse a ciertos alimentos que aparentemente proporcionan numerosos beneficios a la salud humana, como resultado de una alta densidad nutricional”.

Esta y otras definiciones similares son las que consumidores, personajes públicos y empresas utilizan para referirse a aquellos alimentos que «tienen una cantidad significativamente mayor de nutrientes específicos«. ¿Cómo cuáles? Vitaminas y minerales; proteínas o sustancias denominadas bioactivas, como las fibras o los polifenoles, cuyo efecto beneficioso sobre la salud está demostrado.

En contraposición a la información divulgativa poco contrastada,

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