Las vivencias de la infancia tienen efectos muy profundos en la salud tanto física como mental a largo plazo, determinantes hasta la edad adulta. Por ello, la ciencia no deja de buscar estrategias que puedan actuar en este momento y producir efectos beneficiosos duraderos.

A esto se orienta un experimento llevado a cabo en las guarderías de Finlandia, que crearon pequeños bosques artificiales en los que se desarrollaron actividades con los niños escolarizados en ellas, incluyendo el cuidado de pequeños cultivos y plantas.

Uno de los efectos más destacados que esto tuve fue una mejora significativa en el sistema inmune de los pequeños, en comparación con el de otros niños que jugaban en instalaciones más estándar con suelos de pavimento o gravilla.

Tal y como reflejan los resultados, publicados en la revista Science Advances, los niños que habían jugado en los bosques mostraban una diversidad de microbios en la piel y en el intestino mayor y más sana. Esto se relacionó, a su vez, con una mejora en determinados marcadores inmunitarios como la concentración de linfocitos T.

Por ejemplo, los niños que jugaban en estos bosques mostraban mayores poblaciones en la piel de un microorganismo llamado gammaproteobacteria, que parece aumentar la defensa inmune de la piel y la sangre.

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