Disponer de agua solo 12 horas al día, utilizar vajilla de plastico porque no hay manera de lavarla, luchar con tu vecino por un bidón de este preciado líquido. No es el retrato de un futuro distópico, es la descripción de lo que ya sucedió en la ciudad brasileña de Sao Paulo en 2015. Este racionamiento de recursos también se ha dado en La Paz (Bolivia) y en Ciudad del Cabo (Sudáfrica). El mundo ya ha experimentado cómo se vive con un mal aprovechamiento del agua y el saneamiento. La gestión de este recurso puede marcar las futuras desigualdades. O no.

De esto se está hablando en la Semana Mundial del Agua (WWWEK por sus siglas en inglés), que se celebra hasta el viernes en Estocolmo, organizada por el Stockholm International Water Institute (SIWI) en colaboración con numerosas organizaciones internacionales. De cómo en algunos casos se pierde el acceso al agua por una gestión deficiente y de cómo en algunas regiones del mundo nunca lo han tenido. «Más de 200 millones de personas no tienen continuidad en el servicio en América Latina y el Caribe. Hemos calculado que son necesarios al menos 450 millones de euros para conseguir acceso regular para todos», explica Sergio Campos, jefe del equipo de Agua y Saneamiento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Y eso solo se refiere a una región del planeta. En todo el mundo más de dos mil millones de personas aún beben o cocinan con agua que no es apta para consumo humano, y falta tratamiento de residuos para más de cuatro mil millones.

La mayoría de los países son muy buenos haciendo cálculos, pero no tanto destinando dinero para conseguir que la gente pueda dejar de defecar al aire libre, darse una ducha diaria o regar sus campos accionando una simple manivela. El último informe de la OMS sobre este asunto apunta que todos los países saben cuánto dinero necesitan para mejorar el saneamiento, pero solo un 15% lo tiene o lo usa para este fin. Aún así,

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