Que un camión cargado de frutas y verduras tarde tantas horas en llegar a su destino que se estropee el género; que en una fábrica se queden trozos de carne pegados en las máquinas por trabajar con instalaciones inadecuadas; que no haya suficiente corriente eléctrica para mantener a una buena temperatura el pescado en almacenes y depósitos, o que ni siquiera se cuenten con envases apropiados para su conservación… Estas deficiencias suponen una cantidad ingente de energía, recursos, emisiones, desgaste de tierra y mares, gasto de agua dulce, trabajo y esfuerzo, para que al final los productos no cumplan su objetivo: nutrir a las personas.

Todo el proceso que el alimento recorre desde la recogida de la cosecha, la captura o la matanza hasta antes de llegar al minorista forma parte de la llamada pérdida alimentaria, y en el mundo es un 13,8% de los alimentos producidos los que se pierden por ineficacias en la cadena del suministro. Su valor económico supone unos 363.000 millones de euros, según el último informe del Estado Mundial de la Agricultura y la Alimentación titulado Progresos en la lucha contra la pérdida y el desperdicio de alimentos, publicado este lunes con datos de 2016 por la organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en Roma.

El trayecto que recorre después el alimento, desde que lo adquiere el minorista hasta que llega al consumidor, ya sea en la compra o en restaurantes, es definido como desperdicio, pero todavía este porcentaje no está actualizado. Para conocer la suma pérdida desperdicio habría que remontarse a la información que FAO recogió en 2011, en la que se reveló que anualmente se perdían o desperdiciaban unas 1.300 toneladas de comida, un tercio de la producida. 

En aquel momento, se incluyó como pérdida también el alimento para los animales, pero en este nuevo indicador, elaborado con la intención de reducir a la mitad el desperdicio de alimentos en 2030, no se considera así, por lo que apenas se pueden sacar conclusiones de su evolución en el tiempo.

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