A finales del siglo XX el sociólogo Ulrich Beck introdujo la idea de que vivimos en la «sociedad del riesgo». Aunque su interpretación de lo que esto suponía fue más bien discutible, al menos sirvió para situar la percepción del riesgo como un fenómeno característico de nuestro mundo contemporáneo.

Digo «percepción», y no riesgo real, porque de eso se trata. El riesgo cero no existe y vivir supone asumir un conjunto de riesgos más o menos previsibles. Junto a esas amenazas objetivas y verificables, evaluables desde el punto de vista cuantitativo, existe asimismo una percepción emocionalmente distorsionada de los peligros a los que hipotéticamente nos enfrentamos.

A los riesgos se les pueden poner números y cuantificarlos. Así lo hace el Injury Facts, el informe estadístico anual elaborado por el National Safety Council, que determina las probabilidades de que una persona muera en relación con diversas causas.

En este último informe podemos comparar las probabilidades de morir a lo largo de nuestra vida (en EE UU y según los datos de 2019):

– La probabilidades de morir en un accidente de coche es de 1 entre 107.

– De fallecer mientras viajamos en moto, de 1 entre 899.

– En el caso de la bici, de 1 entre 3.825.

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