El origen de las especies (1859), de Charles Darwin, revolucionó el mundo de la biología. En él, exponía la que hoy conocemos como teoría de la biología evolutiva, y que postula que las especies evolucionan a través de las generaciones gracias a un mecanismo conocido como selección natural. Con este fenómeno, explicaba la diversidad biológica de nuestro planeta y el propio origen del género humano sin necesidad de recurrir a ningún mecanismo sobrenatural o divino.

De manera simplificada, la selección natural consiste en que aquellos rasgos de un organismo que aumentan sus posibilidades de sobrevivir y reproducirse, por lógica, tienen mayores probabilidades de pasar a su descendencia, lentamente generalizándose entre los miembros de la especie.

Con todo, existe una especie que podría parecer que, en tiempos recientes y de modo gradual, podría haber superado este mecanismo. Esa especie somos nosotros.

Y es que los avances en la medicina moderna han aumentado considerablemente la posibilidad de sobrevivir y reproducirse de muchas personas con patologías y condiciones que, sin todo ese conocimiento, resultarían mortales. Con ello, sus genes se perpetúan donde la selección natural lo hubiera impedido.

Para dilucidar si la especie humana continúa sujeta a la evolución tenemos que revisar algunos conceptos básicos desde una óptica técnica. Como explica a 20Minutos Carlos Varea González,

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