El estado de salud de los más pequeños es un indicador inequívoco de la situación y el potencial futuro de cualquier país, y parece que no siempre le prestamos la atención que merece. Que la obesidad infantil es una problemática global ya nadie lo niega, pero aún nos cuesta reconocer el impacto que tiene en nuestro entorno más próximo. Seguimos asociando el problema a países como Estados Unidos o Reino Unido, regiones que no tienen la suerte de contar con la preciada dieta mediterránea. Sin embargo, no somos conscientes de que precisamente los países del arco mediterráneo son los que lideran los ránkings de obesidad infantil en Europa. En muchos de los talleres que realizamos en la Gasol Foundation, nos damos cuenta de que muchos padres no son conscientes de la gravedad del problema y les cuesta reconocer la obesidad de sus propios hijos.

Vivimos, por tanto, en una contradicción interesante. Si realmente somos tan afortunados de residir en un país que es un referente mundial por la calidad de su gastronomía y por la proyección de sus deportistas, entre otras cosas, ¿por qué esto no se ve reflejado en la salud de los niños y niñas?

El primer paso para aportar luz a esta cuestión es estudiar el punto de partida. Gracias a la evidencia científica, sabemos que la obesidad infantil está relacionada no solo con los hábitos de alimentación y la actividad física sino también con el bienestar emocional y el descanso. Personalmente, he tenido la suerte de crecer en un entorno en el que se daba mucha importancia a estos cuatro factores, pero con los años me he dado cuenta de la importancia que tienen en el desarrollo de los niños y jóvenes. En España, durante años, hemos contado con la existencia de estudios –como es el caso del Estudio Aladino o de Anibes– que nos mostraban una situación alarmante pero que, a la vez, evidenciaban la necesidad de seguir profundizando en la cuestión para obtener datos objetivos de muestras representativas.

Con este propósito nació el estudio PASOS,

 » Más información en elpais.es