Las tormentas son imprevisibles. En algún momento de nuestra vida todos nos enfrentamos a situaciones que nos disgustan. Puede que no estemos de acuerdo con un cambio en el trabajo, que nuestra relación de pareja no funcione o que no compartamos ciertas decisiones de los dirigentes políticos. En ese caso aparece, en mayor o menor medida, un conflicto. Lo interesante de esta cuestión es analizar qué tipo de respuesta damos en esas situaciones y cuál podría ser la más adecuada.

Cuando nos encontramos ante un problema tenemos varias opciones. Una de ellas es responder de forma pasiva, mantener el statu quo o meter la cabeza bajo el ala (“no importa”, “no es tan malo”). Pero también podemos adoptar un papel activo y provocar un cambio de la situación con los medios que tenemos a nuestro alcance. Nuestra actitud puede ser más o menos beneficiosa para quien esté en la otra orilla, ya sea la empresa, la pareja… Y eso depende de nuestro nivel de compromiso.

Si tomamos en consideración estas dos variables (nivel de actividad y de compromiso), nos encontramos con cuatro maneras de actuar ante un conflicto. Puede que nos sintamos más cómodos con alguna de ellas, pero eso no significa que sea la más adecuada. Veamos las opciones que existen y reflexionemos sobre cuál es la actitud que estamos tomando y cuál se adaptaría mejor a nuestras necesidades.

– Hablar. Cuando intento cambiar lo que no me gusta. Esta fórmula se basa en la búsqueda de alternativas o de soluciones. Cuántas veces hemos dicho la clásica frase de “tenemos que hablar”. La lanzamos a nuestra pareja o a un jefe cuando no nos sentimos cómodos con la situación, pero tenemos el compromiso hacia el otro. Las personas que nos dan una información que no nos agrada (o feedback negativo, como se suele decir en el mundo de la empresa) están adoptando una actitud constructiva, aunque nos cueste verlo si estamos del otro lado. En términos generales, es posible que, al principio,

 » Más información en elpais.es