Transcurrido un siglo desde que la gripe española acabara con la vida de más de 50 millones de personas, la rápida propagación del coronavirus ha reavivado el miedo. La decisión sin precedentes de aislar Hubei para mitigar la propagación del virus en la festividad del año lunar, cuando se producen 3.000 millones de desplazamientos, ha sido acertada. Sobre todo si se tiene en cuenta que el movimiento de tropas de la I Guerra Mundial fue el factor que más contribuyó a esparcir la gripe española, que en 18 meses infectó a un tercio de la población mundial y exterminó al 5% de sus habitantes.
El 2019-nCoV no es la primera crisis sanitaria de los últimos tiempos: en 2002 apareció el SARS; después, la gripe porcina, el MERS y la gripe aviar. Aunque el coronavirus ya ha infectado cuatro veces más que todo el SARS y sobresale por tener todavía una mortalidad del 2%, destacadamente inferior al 9,6% de entonces o al 40% de la gripe aviar, la historia nos ha enseñado que, dentro del caos y de la tragedia, los efectos suelen ser temporales y focalizados. Hubei, epicentro del virus, supone un 5% del PIB chino y acumula el 97% de los fallecidos. Por el momento, la propagación del virus fuera de China ha sido muy limitada y solo hay un muerto.
Además, hay patrones que se repiten: inicialmente la economía se paraliza (las últimas cifras chinas apuntan a una caída del transporte de viajeros del 70% y de las ventas del sector del lujo del 80%). Transcurrido el shock inicial, medidas de estímulo como las que se tomaron con el SARS propiciaron que tanto la economía como los mercados se recuperaran con rapidez. En aquel momento, tras las pérdidas del 10% de las Bolsas asiáticas, que duraron cuatro meses, los mercados rebotaron con fortaleza en cuanto se estabilizaron los infectados.
En los últimos días se han inyectado 21.000 millones de dólares, rebajado los préstamos y el IVA, así como anticipado la reducción de aranceles que contemplaba el acuerdo comercial con EE UU. De todas formas,