Vivimos en una sociedad hipermedicalizada en la que la salud se gestiona como otro bien de consumo más al alcance de cualquiera. Tanto es así que nos parece normal tomar esa pastilla amarilla para dormir, aquella otra rosa para ir al baño y la blanca para mitigar el dolor de cabeza después de una noche de fiesta.

Según Joan-Ramón Laporte, catedrático de farmacología de la Universidad Autónoma de Barcelona, el consumo de medicamentos en España es un 50% veces superior a la media europea. Laporte critica que, con demasiada frecuencia, es la propia sociedad la que nos genera la «necesidad» de consumirlos.

Lo peor es que este afán desmesurado por consumir medicamentos no sale gratis. A menudo pagamos un elevado precio en forma de reacciones adversas a los medicamentos o interacciones entre fármacos. Sin olvidar el otro lado de la moneda: la ineficacia terapéutica. Debida, en gran medida, a que no todas las personas se benefician de la misma forma de los fármacos.

Mismo fármaco, distintas reacciones

Es evidente que no todos respondemos igual a la misma dosis de, por ejemplo, paracetamol o ibuprofeno. «Esta pastilla para dormir a mí no me hace nada y tú cuando la tomas duermes como un tronco» o «Yo hace tiempo que no tomo este medicamento para el dolor, no me hace efecto» son frases que escuchamos con relativa frecuencia en casa o en una conversación entre amigos. El hecho es que, para la misma dosis, observamos diferentes respuestas en la población, desde la eficacia esperada, hasta la falta de esta en algunos casos, o incluso efectos adversos en otros.

¿Por qué ocurre esto? Hay que tener cuenta que para que un fármaco produzca sus efectos terapéuticos o tóxicos debe alcanzar unas concentraciones determinadas en su lugar de acción (biofase). Hasta que eso ocurre, atraviesa una serie de etapas:

Absorción: la entrada del fármaco en el organismo desde el lugar de administración.

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