El invierno es una estación implacable. El frío intenso, el aumento de la contaminación que oxida la piel, el ritmo de trabajo y el uso de agua caliente, hacen que la piel, que fabrica menos capa grasa durante estos meses, se vea sometida a una dura prueba. La clave para sentirnos a gusto está en la hidratación.

Con el paso de los años la ciencia suele dejar atrás al idioma, que avanza más despacio y tarda mucho tiempo en adaptarse a las novedades. Durante décadas existió el concepto de crema hidratante, que se usaba de día y era algo menos grasa, y de crema nutritiva, que se utilizaba por la noche.

Eran tan pocos los ingredientes disponibles para quienes las formulaban que estaban limitados, como por una coraza, a unas pocas materias primas por el día y otras tantas cuando se va el sol. Afortunadamente, esto ha cambiado de forma radical.

Hoy en día, y en apenas unas décadas, son decenas de miles las materias primas y sustancias activas que están a disposición de quienes diseñamos e inventamos los productos cosméticos: moléculas, extractos vegetales y sustancias de todo tipo, las cuales, al combinarse de forma adecuada, potencian una parte o totalmente el efecto, consiguiendo que dos más dos no sean cuatro. Aquí las matemáticas fallan estrepitosamente y dan como resultado seis o siete.

A lo largo del año, la piel va cambiando con la influencia de las estaciones, el clima, nuestras hormonas y hasta nuestro estrés o nuestro humor. Esto hace imprescindible tener siempre en cuenta el concepto de que, al igual que cambiamos nuestra dieta para adaptarla a nuestra salud, tenemos que cambiar el tipo de crema de acuerdo con las circunstancias.

Volvemos, por eso mismo, al invierno y sus consecuencias dermatológicas. Al igual que aumentamos la protección de nuestro cuerpo para impedir que pierda calor, hay que aplicar en la piel cremas más emolientes, más grasas, y que aporten más nutrición a la epidermis, compensando lo que esta no fabrica.

Todo esto, además, se intensifica cuando estamos hablando de personas de más de 50 años cuya piel tiene menos lípidos y es más fina. Por eso, las tradicionales hidratantes tienen que estar muy enriquecidas con aceites vegetales que incorporen ácidos grasos como el linoleico y el linolénico. Ambos actúan reforzando las membranas de las células y creando una capa de protección frente a la agresión de los elementos.

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