El diccionario de la RAE define la adolescencia como el periodo que sigue a la niñez y precede a la juventud. Una especie de transición entre la infancia y la vida adulta, que abarca más o menos de los 12 a los 17 años, bastante estigmatizada por considerarse un periodo convulso y lleno de conflictos con los progenitores.

No hace mucho, la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria de Atención Primaria (SEPEAC) rompía una lanza a favor de los adolescentes con un estudio que aseguraba que “está claramente demostrado que el 80 por ciento no pasan por un periodo tumultuoso, se llevan bien con sus padres y familiares, les gusta estudiar y trabajar y se interesan por los valores sociales y culturales de su entorno”.

Para grandes apasionadas de esta etapa, la pedagoga especialista en relaciones interpersonales y escritora catalana Eva Bach, quien ha aportado una mirada más que positiva sobre los jóvenes en títulos como Adolescentes, “qué maravilla” (2008) y el más reciente Madres y padres influencers. 50 herramientas para entender y acompañar a los adolescentes de hoy (2019).

A Bach, que recientemente participaba en el Emocionaltour 2020 – un ciclo de conferencias alrededor de la educación emocional organizadas por EduCaixa y La Granja en varias ciudades de España- le sigue sorprendiendo que se perpetúen ciertos comentarios peyorativos sobre la adolescencia. “Siempre me ha extrañado que se hablara de esta etapa con tan mala prensa. No sé si se escribiría un libro titulado ‘Socorro tengo un adulto en casa’ pero sí se ha escrito ‘Adolescentes en casa, ¡socorro!’. Nunca nos atreveríamos a decir de otra etapa de la vida lo que decimos de esta”, asegura divertida.

La autora defiende fervientemente la educación emocional -ha sido una de las pioneras en su introducción en el ámbito educativo y familiar- como base para el éxito de las relaciones paternofiliales en esta etapa. “Las emociones del adulto -cómo las gestiona, las vive y las sabe contener- van a determinar cómo escuchamos, acompañamos y hablamos a los adolescentes”, indica. “El adulto debe saber conectar con sus emociones porque si se pierde a sí mismo es complicado poder ayudar a otro que todavía se está buscando. Una persona desencantada de la vida no puede motivar a otra que está despertando a ella”.

Desde hace dos años y en colaboración con su colega de profesión Montse Jiménez,

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