El reloj marca las ocho de la mañana. Sale de casa y coge el coche para ir a trabajar. De pronto, se detiene: en cuanto pone un pie en la calle aparecen en su mente todos los sitios de la zona donde alguna vez aparcó el coche. Imposible saber cuál de esas imágenes se corresponde con el lugar en el que lo estacionó ayer.

Sigue pensando en el vehículo, claro. De pronto, le bombardean todas las conversaciones, programas de radio, pensamientos y atascos que ha vivido mientras llevaba las manos al volante.

Consigue dar un par de pasos más y se topa con la farola de siempre, la que suele iluminar su vivienda. Acto seguido, los recuerdos de cada vez que miró, no solo esa, sino cualquier otra farola, en cualquier momento y lugar del mundo, le impiden continuar.

No siempre nos damos cuenta, pero, para recordar, primero hay que olvidar.

Olvidar es precisamente lo que no pueden hacer las personas que sufren hipertimesia. Se trata de una condición extremadamente rara de la memoria que impide frenar la capacidad de evocación.

En La mente de un mnemonista, el neuropsicólogo Alexander Luria describe minuciosamente el caso de Solomon Shereshevski, un periodista reconvertido en mnemonista profesional que iba de pueblo en pueblo aprendiendo y recitando pizarras enteras de cifras sin fallar un solo número.

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