Llevan poco más de tres lustros entre nosotros pero a estas alturas de la vida las redes sociales se han convertido en una herramienta imprescindible en las relaciones laborales, personales y, por supuesto, amorosas. Hay incluso quien las considera todo un ciberpeligro para el amor. De hecho, la Academia Americana de Abogados Matrimoniales señaló en 2011 que el 20% de los divorcios en Estados Unidos estaban provocados por el uso de Facebook, siendo dicha red unas de las pruebas más utilizadas para demostrar la infidelidad.

Dejando a un lado tan peliagudo tema, lo que parece un hecho incontestable es que las redes sociales han dado un giro absoluto a la manera en la que nos relacionamos con los demás y muy especialmente en cómo se viven las relaciones de pareja del siglo XXI. Pero como todo en este mundo, según el uso que se les dé pueden transformarse en un arma de doble filo.

Entre sus aspectos más positivos está el mejorar el flujo de comunicación con el otro. Siempre están a mano y son un instrumento muy socorrido cuando queremos enviarle un mensaje a la pareja para decirle que le queremos, que le echamos de menos o, sencillamente, contarle algo que se está haciendo o consultar cuestiones de la vida en común. En definitiva, ayudan a mantener y potenciar el vínculo entre ambas partes en esos momentos en los hay que separarse por cuestiones de trabajo u otras responsabilidades.

Sobre todo en primeras fases del enamoramiento, ofrecen intimidad y complicidad entre la pareja. Hay personas a las que transmitir un pensamiento relacionado con sus emociones o las sentimientos hacia el otro les resultará más sencillo por esta vía que a través de una conversación, bien por timidez o por miedo a la reacción del otro.

En el otro lado de la moneda podemos encontrar también varios aspectos negativos:

Uno de ellos sería la falta de privacidad. Compartir de forma pública en nuestros perfiles informaciones, fotos o datos sobre la relación -que pueden no ser del gusto de nuestra pareja- nos expone demasiado de cara a los demás.

El mundo virtual también puede originar malentendidos o desconfianza en la pareja – si se malinterpreta alguna conversación, foto o comentario- y, en consecuencia, un mayor control o fiscalización. Quizás una de las partes se se sienta tentada a investigar quiénes son los amigos/os del otro o qué tipo de conversaciones tiene con ellos en su muro.

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