Es uno de los efectos secundarios más frecuentes en los tratamientos oncológicos, quizás uno de los aspectos menos importantes de la enfermedad – si se compara con otros como la falta de apetito, las náuseas y los vómitos, la anemia, los dolores, la debilidad o cuestiones relacionadas con la salud sexual o la fecundidad- pero, a pesar de ello, uno de los que más angustia y más trastornos psicológicos originan en quienes la padecen.
De hecho, un estudio dedicado al pelo y la quimioterapia en mujeres, publicado en el año 2001 en la revista European Journal Cancer Care, concluyó que más de la mitad de las encuestadas afirmaban que perder el pelo era lo que más temían de la quimioterapia e, incluso, que cerca del 8% pensaba seriamente en no someterse al tratamiento por este motivo.
Ya sea en hombres como en mujeres, la alopecia originada por los tratamientos para combatir el cáncer afecta de forma muy significativa a la autoestima de quienes la padecen. No se trata solo de un problema estético, supone una alta carga emocional para el enfermo – al que le puede costar mucho más afrontar situaciones de la vida diaria como salir a hacer algún recado o simplemente a pasear-, puede afectar seriamente a la vida de pareja -al sentirse menos atractivos/as-, se convierte en un constante recordatorio de la enfermedad que están pasando y, además, en un síntoma que puede apreciar cualquier persona con la que tenga contacto,