No todos los que fallecen en Wuhan por el coronavirus aparecen en las listas oficiales. El desbordamiento es tal que solo un pequeño número, los más graves, son admitidos finalmente en los hospitales. El resto debe volver a sus domicilios con la orden de someterse a una cuarentena estricta, y esperar. Los que mueren esperando no se incluyen en el recuento de víctimas, por lo que la cifra real puede ser mucho más alta de la que cada mañana anuncia la Comisión Nacional de Salud. La respetada revista económica china Caijing así lo denunciaba el fin de semana en un extenso artículo titulado Fuera de las estadísticas. El reportaje ha desaparecido de su página web.
Después de que, tras conocerse la verdadera gravedad de la epidemia, el Gobierno chino prometiera transparencia, las últimas dos semanas han sido, para la prensa china, un pequeño oasis de libertad. Las informaciones publicadas en torno a la situación en Wuhan y su provincia, Hubei, han sido insólitamente incisivas. La apertura se extendió a las redes sociales, a través de las cuales han circulado informaciones que dejaban claro hasta qué punto se ocultó información en la provincia al comienzo de la crisis. Una oleada de vídeos que denunciaban la precaria situación de los hospitales en el foco de la infección, que ya ha contagiado a más de 20.000 personas y ha matado a 426. Las imágenes de médicos exhaustos, con la cara deformada por las horas ininterrumpidas de trabajo con la mascarilla puesta, han dado la vuelta al mundo.
“En este clima, las élites gobernantes en China se vieron arrojadas de repente a un coliseo virtual en el que sus destrezas políticas se vieron puestas a prueba sin piedad. Y fracasaron de modo espectacular”, apunta el comentarista social Ma Tianjie en su blog Chublic Opinion.
Pero ese breve lapso de relativa libertad informativa parece tener las horas contadas. La ira ciudadana no es un fenómeno con el que el Gobierno chino se encuentre a gusto. La estabilidad social siempre ha sido su principal objetivo,