Hay gente que piensa que las vacunas no ayudan a prevenir las enfermedades infecciosas y que los riesgos de la vacunación superan los beneficios. A finales de los ochenta, un grupo de matronas de parto en casa, junto a varias madres y padres que habían acudido a sus servicios en Barcelona, se asociaron para defender la facultad de los padres para decidir si vacunan o no a sus hijos. La Liga para la Libertad de Vacunación tiene hoy de unos 600 miembros y suscribe que la viruela estaba en vías de desaparición antes de que apareciera la vacuna; que el ébola sería benigno si los afectados no vivieran en condiciones paupérrimas y que el 75% de las vacunas contra la gripe es ineficaz.

Esta plataforma representa la cara visible del 1,5% de la población que rechaza las vacunas, según un estudio realizado por la organización Vaccine Confident Project (VCP, proyecto para la confianza en las vacunas); cifra que coincide con las estadísticas del Ministerio de Sanidad: el 97,8% de la población cumplió con la primovacunación en 2017, dato que se mantiene constante en la última década. Sin embargo, esta medida sanitaria no obligatoria ha caído un punto en ocho años en la prevención del sarampión, la rubeola y la parotiditis (del 97,6 al 96,7%).

Los antivacunas rozan el 9% cuando se les pregunta si las consideran seguras para los niños, según el estudio anterior, que cuenta con el respaldo de organismos como el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés). El porcentaje de la cobertura total de protección, que se estima cuando el 95% de la población está vacunada, se deja de alcanzar en las dosis de recuerdo de poliomelitis (94,8%) o meningococo (92,8%). «Cada vez hay más personas que se cuestionan el hecho de no vacunar», afirma Vicenç Robles, secretario de esta plataforma. «Medidas como prohibir que los niños sin vacunar puedan ir a las guarderías públicas de Galicia aumenta el número de socios».

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