Suena el teléfono en la línea de atención psicosocial de Cruz Roja. En esta llamada anónima, como todas las demás, quien pide ayuda resume su caso diciendo en qué trabaja. Es cajera de supermercado. Recurre al servicio telefónico porque el temor al contagio, la sensación de desconsideración de sus clientes y la situación general, que puede incluir el regreso al hogar donde viven sus hijos, a los que puede contagiar, han comenzado a afectarle. Su comportamiento ha cambiado, puede haber cierta agresividad. «No teníamos previsto que las trabajadoras de supermercados recurrieran a nosotros», asegura Mar Echenique, responsable del programa ‘Cruz Roja te escucha’. «Al estar expuestas a tanta gente, se sienten angustiadas por contagiarse y contagiar a sus hijos. Y notan conductas imprudentes en los demás, que les produce mucho miedo. Como las personas que no mantienen las distancias. ‘Esta gente no me respeta’, dicen al teléfono».

El «enfado» y otros efectos psicológicos en la población aislada durante un mes, que enfrenta la pandemia bajo confinamiento, se reproducen en perfiles bien definidos por Cruz Roja, una semana después de haber puesto en marcha su servicio de atención psicosocial.

En esos perfiles están los que han perdido a un familiar o un ser querido sin poder verlo, los que tienen a alguien enfermo u hospitalizado, los propios enfermos angustiados por el empeoramiento de su salud, los pacientes que siguen en el hospital, los familiares de alguien con síntomas en casa, las familias confinadas con niños pequeños con estrés, las personas mayores que ya no reciben visitas ni manejan nuevas tecnologías, aquellos con discapacidad que se han quedado solos, las mujeres víctimas de violencia machista que conviven con su agresor, los que trabajan en la calle con riesgo de contagio y los que han perdido sus empleos y encaran la pobreza. Una docena de grupos que son atendidos por psicólogos en una línea que funciona como diván psiquiátrico o como simple desahogo.

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