¿Me pone un camel milk smoothie y un camel cappuchino para llevar, por favor?» O, como se diría en barras menos refinadas: «Póngame un café con leche, pero que sea de camella». Son dos frases muy distintas, pero tienen una cosa en común: ambas suenan raras, exóticas, casi a que te están gastando una broma. Pero pronto podrían dejar de ser tan llamativas. De hecho, uno ya las puede escuchar cada mañana en cualquier cafetería de moda de Nueva York, Los Ángeles y Londres, entre el bullicio de oficinistas que hacen cola para recoger la dosis de cafeína que necesitan para arrancar el día.

Tampoco es extraño ver impresos otros nombres con claras referencias a la leche de camella en el menú de restaurantes coronados con estrellas Michelin, como en Minibar, el establecimiento que el chef José Andrés tiene en Washington. Y, si vives en Inglaterra, puedes acceder al producto en lugares mucho más frecuentados por el común de los mortales como la cadena de supermercados ASDA, y prepararte el café en casa. Pero, ¿de dónde sale tanta admiración por esta preciada leche, que pronto podría tener en España la granja de producción más grande de Europa?

Más parecida a la humana que la de vaca

«La leche de camella es un producto de consumo tradicional muy apreciado en la dieta de los países de Oriente Medio, una bebida que, por ejemplo, se incluye en el protocolo de bienvenida de los jefes de estado», dice la responsable de proyectos del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA) Elena Díaz-Medina, doctora en producción animal y probablemente una de las personas que más sabe de este animal y su leche en España. La tradición les viene de lejos -los seres humanos llevamos más de 6.000 años tomándola-, pero para el consumidor occidental se trata de un alimento nuevo y atractivo. La experta explica que «el interés por esta especie en los últimos años se debe a múltiples factores, entre los que se encuentran las propiedades funcionales atribuidas a la leche de dromedaria»

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