Una pila de zapatos monta guardia en la puerta de una sala sin amueblar, vestida tan solo con alfombras de lana y esteras, a la que nueve mujeres y dos hombres han pasado descalzos. Mientras ACM112 echa a andar, Blanca Torres, la presidenta, cede su domicilio para las reuniones. En aquella estancia dedicada en un principio a la práctica de la meditación, ahora se habla de muerte y soledad, y también de cómo paliar el desamparo a través de la escucha activa que promueve el mindfulness, o atención plena. Quieren llegar allí donde no hay recursos ni entorno.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) indica que uno de cada cuatro hogares de la Comunidad de Madrid es unipersonal. Para detectar a enfermos solos, ACM112 ha comenzado a reunirse con el Samur Social. Este servicio municipal ofrece una respuesta inmediata a situaciones de emergencia, pero el acompañamiento a una persona que va a morir puede extenderse en el tiempo. Por eso deriva casos como el de José, un sexagenario con cáncer a quien visitan los voluntarios de la asociación: le quedan dos meses de vida.

“Si hay malestar físico es evidente que se debe administrar morfina, pero a veces la utilizamos para evitar la consciencia sobre nuestro final”, asegura Juan Izquierdo

Juan Izquierdo, de 46 años, ha pasado muchas horas con José desde su traslado al quinto piso de la Clínica SEAR, un centro privado con plazas concertadas. Sucedió cuando los médicos comprobaron que la quimioterapia ya no le hacía efecto. Antes, José vivió en el Centro de Acogida San Isidro, destinado a personas sin hogar. Trabajaba en el castizo restaurante Lhardy de la Carrera de San Jerónimo, pero su adicción a la heroína acabó con todo y se vio en la calle. “En el lecho de muerte”, relata Izquierdo, “somos dos personas hablando de igual a igual. Él tiene un hermano, como yo, no me es difícil ponerme en su lugar. Creo importante despojarse de roles y actuar con naturalidad”. A través de los encuentros han trabado amistad.

 » Más información en elpais.es