SOY UN COBARDE crónico, de modo que el miedo, aunque temporalmente desaparezca, siempre vuelve. Hoy, por ejemplo, me levanté bien, alegre, con la idea de acometer un proyecto al que vengo dándole vueltas desde hace varios meses. Desayuné contento y salí a caminar pletórico. Las piernas respondían, la respiración funcionaba y la temperatura era perfecta. Todo en orden. Al regresar me di una ducha, me vestí silbando jovialmente y mientras se encendía el ordenador eché una ojeada a los titulares del periódico. Entonces, sin venir a qué, empecé a sentir un malestar corporal que dio al traste con la euforia anterior.

Abandoné a un lado el periódico y atraje hacia mí el teclado del ordenador dispuesto a llevar a cabo mis propósitos. Pero no logré hilar dos frases seguidas, inmovilizado como me hallaba por la inminencia de la catástrofe. Algo terrible estaba a punto de pasar. Sonará el teléfono, pensé, y recibiré una noticia insoportable. El móvil no sonó. Comprobé que no estaba en estado de silencio y luego me llamé desde el fijo para ver si funcionaba.

Funcionaba.

Pura sugestión, me dije estirando los brazos y las piernas, sacudiéndolos fuerte para expulsar el pánico por las extremidades. Pero el pánico continuó ahí, en la zona del diafragma, empujando hacia abajo, hacia las vísceras, aunque extendiéndose también en abanico hacia el pecho, como suele actuar en los ataques de ansiedad.

Se trata de un miedo vacío, me dije, de un horror sin contenido. No ha sucedido nada, no va a suceder nada, lo sabes por experiencia. Pero el ejercicio de racionalización tampoco funcionó. Cada vez me encontraba más asustado.

Le comenté el suceso, como de pasada, al psiquiatra Diego Figuera, pues daba la coincidencia de que había quedado a comer con él para hablar de la ansiedad, sobre la que me había propuesto escribir algo al objeto de entenderla. Figuera es director del Hospital de Día Ponzano y aparece como número 3 en la lista de Más Madrid, encabezada por Íñigo Errejón, para las próximas elecciones autonómicas.

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