Si la historia de José te ha hecho pensar y tú también quieres ayudar a esta causa para cambiar el mundo

ACTÚA

Dice el joven investigador Arkaitz Carracedo que “las células cancerígenas también pelean por sobrevivir como cualquier animal en la naturaleza”. Comprender cuáles son sus habilidades y sus ventajas competitivas permite a los científicos diseñar atajos y planes estratégicos para exterminarlas con éxito. Es como si al tigre de la sabana le atas los cuartos traseros para que no alcance al antílope: muere de hambre sin daños colaterales.

Ese estudio de habilidades, de atajos de supervivencia, de ventajas competitivas, se repite también fuera de la escala celular. Ocurre cuando tu hijo es alcanzado por un tigre llamado leucemia, está a punto de arrancarle la vida de un zarpazo y tienes que reaccionar, que montar una estrategia: ¿por qué a él? ¿Qué hago ahora? ¿Cómo vamos a salir de esta?

José Carnero (Madrid, 1972) es uno de esos 1.500 padres o madres que anualmente son torturados por esa injusta ley natural que elige a tu hijo antes que a ti, que te enfrenta al horror de la incertidumbre, al 20% de fracasos, a una enfermedad siempre tabú. Que te expone al duro trago de la quimioterapia, al aislamiento, al Port-a-Cath, a la compasión y al qué dirán… que te exige vaciar lo antes posible el pozo de lágrimas para no acabar ahogado en él.

José es ese turista accidental que está de safari en la sabana con los prismáticos viendo al tigre perseguir a su hijo sin saber muy bien qué decisión tomar. ¿O sí?

Por algo

Para tumbar a Carnero hay que pillarle desprevenido, como a la gacela Thomson: “Nos dijo el médico que esto le pasaba a tres niños de cada cien mil… ¡Me cago en la puta!”, recuerda durante la entrevista. Ese “Me cago en la puta” universal lo vomitaría también el estanquero, la peluquera, el académico o cualquiera que tenga a sus hijos caminando por el borde de un precipicio así.

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