Cada lunes y miércoles, Pablo, de 11 años, acude a entrenarse junto con su madre al gimnasio Tándem de Madrid. Una terapia deportiva que le ayuda a superar, poco a poco, las secuelas de la leucemia mieloide aguda que le diagnosticaron el pasado 21 de septiembre, en la clínica Sanitas de La Moraleja, y que supone el 16,5% de todos los casos de leucemias infantiles diagnosticados en España desde 1990.

Entonces vinieron los meses de aislamiento en el Centro Maktub, los tratamientos, la quimioterapia y finalmente el trasplante de médula gracias a su hermano Javier, de 13, el pasado 8 de enero. Las horas de gimnasio son su momento, el que más disfruta cada semana, porque aún no puede volver al cole y es allí donde se fortalece e interactúa con otros niños como él. En total, son 28 los que, junto con padres o tutores, ha becado desde 2018 la Fundación Aladina, que proporciona apoyo integral a niños y adolescentes con cáncer, así como a sus familias.

“Al principio cuesta bastante, pero está muy bien. Luego te acostumbras… En la habitación caminaba poco, solo para ir al baño, y esto me gusta porque así me curo más rápido”, cuenta Pablo, parado sobre la cinta de correr (aunque, confiesa, en realidad únicamente anda, porque ahí le da miedo caerse). “Me sirve bastante, y luego los sábados y los domingos vamos a pasear”. Una rutina bienvenida y beneficiosa que comparte mano a mano con Anabel, su madre: “Llegamos sobre las 10 de la mañana, y estamos 10 minutos en las bicicletas”, cuenta ella. “Después, un recorrido por las máquinas, empezando por las que están en el centro, una para las piernas y otra para los brazos. Luego las tablas de ejercicios (abdominales, sentadillas, subir escalones…) y de nuevo bicicleta, o un rato de bádminton o fútbol”.

Numerosos estudios clínicos apuntan hacia la importancia del ejercicio físico para los menores enfermos de cáncer, ya que mejora su estado de ánimo y minimiza los efectos secundarios de la quimioterapia y radioterapia.

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