Soy una de las miles de personas que han incluido adelgazar entre sus propósitos para los próximos meses. También de las que lo primero que hacen cuando toman una decisión relacionada con la salud es dejarse la pasta. Cuando me dio por salir a correr, me gasté un dineral en ropa fosforita, zapatillas de pronador, una funda para colgarme el móvil y hasta una cinta para que no volaran las gafas. Cuando se me metió la idea de nadar, adquirí raudo gafas de natación, un trozo de tela minúsculo que hacía las veces de bañador, aletas, tubo y hasta unas chanclas de esas en las que cabe todo el empeine y evitan que te resbales. Salí a correr tres veces; nadé dos. Pero sigo creyendo en el aspecto motivacional de la inversión económica, y puesto que mi vieja báscula ya no me inspiraba confianza, opté por sacar a pasear de nuevo mi tarjeta de crédito. Año nuevo, báscula nueva.

Por supuesto, opino que comprar una báscula de baño es como comprar pescado fresco: hay que ver el producto. Cierto es que efectué una batida previa en la red, donde ya me di de bruces con el sorprendentemente amplio abanico de precios. Pero a continuación me planté en un centro comercial dispuesto no solo a ver el producto, sino a subirme a él.

La primera sensación fue de congoja. Si pesarse en la intimidad del hogar, en ayunas y en pelotas, ya es traumático (por lo menos para mí, que no estoy en mi peso ideal), hacerlo en público, con abrigo y botas, y después de haber desayunado medio panettone, le sume a uno en una súbita desesperación. Esa desesperación me hace desear empezar cuanto antes la dieta y comprarme con apremio la báscula. La cuestión es: ¿cuál de ellas? Las hay desde 11 euros hasta 226, y me asaltan dos dudas: 1) ¿cuanto más caras, más precisas? y 2) ¿las que más cuestan ofrecen una mayor garantía de adelgazar, que es de lo que se trata?

¿Cuánto puedes gastarte en una báscula?

El universo de las básculas de baño (no sé por qué se llaman así,

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