La pandemia de Covid-19 ha afectado duramente a la sociedad y a las ciudades. En España se aplicaron algunas de las medidas más estrictas de confinamiento en el hogar y todavía se mantiene el distanciamiento físico (1,5 metros) durante la desescalada.

Las ciudades están repensando sus sistemas de transporte y están haciendo cambios. Algunas de ellas, como Barcelona, están ampliando el espacio público a peatones y ciclistas para fomentar estos modos de transporte y permitir una distancia suficiente entre las personas. Esto a menudo se produce a expensas de los automóviles.

Antes de la pandemia de Covid-19, en una ciudad como Barcelona, el 60 % del espacio público estaba ocupado por el coche. Si se reduce ese espacio y disminuye su uso, surge una pregunta importante: ¿pueden estas ciudades convertirse en ciudades sin coches?

Durante el confinamiento hemos visto grandes reducciones en el tráfico motorizado que causaron un caída en la contaminación atmosférica y los niveles de ruido urbano. Se podía respirar aire más fresco y se podían escuchar de nuevo pájaros.

Solo la contaminación del aire mata a 9 millones de personas al año. Sus niveles podrían reducirse significativamente, como ha demostrado la pandemia de la Covid-19.

Un estudio reciente de evaluación de impacto en la salud en Barcelona encontró que alrededor del 20 % de la mortalidad prematura se debe a factores relacionados con la planificación urbana y de transporte subóptima. Las ciudades también son grandes emisores de CO2, uno de los principales factores detrás de la crisis climática.

Pasos en la buena dirección

Varias ciudades europeas están ya dispuestas a prescindir del coche. Por ejemplo, Hamburgo prevé eliminar los automóviles en 2034.

El motivo principal es la acción climática. Pero esta medida también puede tener beneficios considerables para la salud pública a través de la reducción de la contaminación del aire, el ruido y los efectos de las islas de calor,

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