Millones de personas no tienen en regla su azúcar. Suelen ser las mismas que a menudo afirman, sin darle mucha importancia: «No tengo diabetes, solo un poco de azúcar». Cierto, no son diabéticas, pero sus niveles de glucosa en sangre chivan a sus médicos que algo no va del todo bien. Hace 20 años nació para esas personas un nuevo concepto: la prediabetes, un término para que médicos y pacientes tomen en serio el aumento del azúcar y echarle freno a una posible diabetes tipo 2. Sin embargo, la etiqueta se resiste a bajar a la calle, y a la vez es cuestionada por voces expertas.

Esas posturas críticas las recoge la revista Science en un reciente artículo, que valora la prediabetes como una condición que se suma a la debatida medicalización, con un elevado coste en campañas y tratamientos sin respaldo de evidencia científica. Creada por la Asociación Americana de Diabetes (ADA), la prediabetes se ha propuesto como alternativa al concepto histórico, y mucho más extendido, de glucemia alterada en ayunas. El propósito del cambio es responder al grave aumento de la obesidad y la diabetes a escala planetaria atendiendo a los signos tempranos. Uno de los primeros trabajos en señalar el diagnóstico precoz de diabetes fueron los del doctor Enrique Caballero, de la Escuela de Medicina de Harvard, cuyos resultados indicaban que entre el 5 y el 10% de las personas prediabéticas acaban sufriendo diabetes al año siguiente, y en torno al 50% al cabo de diez años. Esos datos dieron alas a que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos se unieran a declararle la guerra a la prediabetes, entendida como el camino para acabar con la diabetes, una enfermedad que puede derivar en amputaciones, ceguera y ataques cardíacos.

Una prevención discutida

Como casi todo en medicina preventiva, la prediabetes no se salva del debate, y muchos científicos cuestionan la necesidad de identificar y tratar la prediabetes como la define la ADA,

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