EUROPA PRESS

  • Se debe a que el sistema olfativo se ve afectado por la falta de sueño.
  • Esto lleva a que seamos más susceptibles a determinados olores de comida.
  • El descubrimiento fue hecho por investigadores estadounidenses.

Chica con donut

Una gran parte de la población tiende a comer alimentos con alto contenido calórico tras una noche de insomnio, o cuando existe falta de sueño.

Investigadores del sistema de salud Northwestern Medicine, en Estados Unidos, han descubierto por qué cuando no se duerme lo suficiente se suelen elegir alimentos con más contenido en grasas y azúcares, y cómo ayudar a frustrar esas elecciones poco saludables.

Según el estudio, la culpa es de la nariz, o mejor dicho, del sistema olfativo, que se ve afectado de dos maneras por la falta de sueño.

Primero, entra en hiperimpulsión, agudizando los olores de los alimentos para el cerebro para que pueda diferenciar mejor entre los olores alimentarios y no alimentarios.

Pero luego hay un colapso en la comunicación con otras áreas del cerebro que reciben señales de alimentos. Y con eso, las decisiones sobre qué comer cambian.

«Cuando se tiene falta de sueño, es posible que estas áreas del cerebro no reciban suficiente información, y están sobrecompensando eligiendo alimentos con una señal de energía más rica», ha señalado el autor principal Thorsten Kahnt, profesor asistente de neurología en la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern.

«Pero también puede ser que estas otras áreas no puedan controlar las señales agudas en la corteza olfatoria. Eso también podría llevar a elegir rosquillas y papas fritas«, ha explicado el investigador.

Investigaciones anteriores han demostrado que la falta de sueño aumenta ciertos endocannabinoides, que son producidos naturalmente por el cuerpo y son importantes para el comportamiento de alimentación y cómo el cerebro responde a los olores, incluidos los olores de los alimentos.

Kahnt y sus colegas, que han publicado este estudio en la revista científica eLife, pusieron en marcha un experimento que dividieron en dos partes, con 29 personas, hombres y mujeres, de 18 a 40 años.

Los participantes se dividieron en dos grupos. Un grupo tuvo una noche de sueño normal. Cuatro semanas después, solo se les permitió dormir durante cuatro horas.

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