El alcohol no afecta a todas las personas por igual, y no es que, mientras unas parecen tener un agujero cuando se asientan en la barra del bar, otras no pueden cargar ni con un par de cervezas sin tambalearse. Es que la percepción social de la bebida cambia por completo según si la toman los hombres o las mujeres. El alcohol, igual que el tabaco, fue un producto exclusivo de los hombres hasta principios del siglo XX, cuando se identificaba con el ocio (que también era patrimonio de ellos). Por eso sostener un cigarrillo o una bebida alcohólica fue una actitud subversiva para las mujeres hasta hace no muchas décadas. Y fue algo chocante para todos hasta que, finalmente, acabó normalizándose socialmente… aunque solo con ciertos matices. Un elemento tan asociado a arraigos sociales como el alcohol siempre tiene sombras, tabúes y estigmas, y muchos de ellos caen, con todo su peso, sobre las espaldas de las mujeres.

Según la educadora social y antropóloga experta en género y drogas Patricia Martínez, «la sociedad asimila, lo que no significa que apruebe, los comportamientos disruptivos de los hombres con el alcohol, como una borrachera. Pero no sucede así con las mujeres: la mujer que bebe rompe con lo que se espera de ella, con el estereotipo de buena madre, buena esposa, buena hija… Por este motivo, a una fémina se le va a juzgar más duramente que a un hombre, da igual que se trate de una adolescente o de una persona mayor». Existe un estigma que, según un reciente informe de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), en colaboración con el Plan Nacional sobre Drogas, aún se perpetúa en la sociedad más joven.

La trampa del alcohol de ‘los fuertes’ y ‘las débiles’

El nuevo documento, que analiza cómo influyen los estereotipos en el consumo de drogas entre los jóvenes de 16 a 24 años, concluye que el consumo de alcohol se asocia a cierta idea de masculinidad en ese grupo de edad. Por eso beber se convierte para ellos en un refuerzo de la percepción de su rol de género.

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