Son las cinco de la tarde y los barcos de pesca de arrastre atracan uno tras otro en el puerto de Dénia, en Alicante, tras doce horas de dura faena en el mar. Conforme bajan de sus barcas, los pescadores se dirigen con sus capturas a los contenedores de residuos estacionados en el puerto. No depositan gallinetas ni escorpas ni langostas -especies típicas de esas aguas-, sino plásticos y toallitas atrapados en sus redes de los fondos marinos. Desde hace tiempo pescan también la basura que encuentran a su paso para retirarla y reciclarla. 

Uno de ellos recuerda, tras 40 años en labores de pesca, cómo hace un tiempo se podían perder las capturas de un día porque las redes recogían un bidón de aceite de barco o botes de pintura que tiraban los buques mercantes y chafaban el pescado. “A mí hace años que no me pasa, lo que significa que la recogida de basura va funcionando”, asegura Juan Antonio Sepulcre, pescador de arrastre y presidente de la Cofradía de Pescadores de Dénia.     

Jesús Crespo, hombre de mar, de 47 años, toca tierra después de una jornada complicada, donde el el mar estaba un poco movido y había que faenar a toda pastilla. El Canari, apodo con el que conocen a Jesús en la Cofradía, trabaja en estas aguas desde hace 28 años y se ha encontrado en el mar de todo; desde un carro de supermercado a una vespino. Pero lo habitual es que sus redes atrapen restos de toallitas y de plásticos. Un verdadero incordio. “Cuando hay marejada se nota un montón que toda esa porquería está en el fondo”, dice este veterano marinero. Estos desperdicios se enganchan a las redes que lanza cada madrugada al mar y luego “es tan difícil limpiarlas que a veces tienes que cortarlas”, lamenta el pescador mientras descarga de su barca Flipper, -en honor al delfín protagonista de una conocida serie de television de los 70- las capturas del día, que más tarde se subastarán al mejor postor en la lonja de la localidad.

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