Cae la tarde, el sol se filtra por la cristalera y la nívea pelambrera de Francisco Luzón brilla que rabia en la penumbra del salón de esta mansión alquilada. Esta mañana, desde su cama adaptada, ha mirado a María José Arregui, su esposa, volteando insistentemente los ojos al techo. Lo cuenta ella: “¿Estás viendo a Dios, Paco?’, le he preguntado, porque a esto, o le echas humor o te hundes. Le he acercado la tableta y lo que quería es que le lavaran el pelo para salir guapo en las fotos”. Así que, aunque hoy no tocaba porque hay que armar un lío tremendo y lo hacen cada dos días, uno de los tres auxiliares que se turnan para atenderle las 24 horas le ha lavado la cabeza a Paco y así le luce el pelo. Luzón sonríe al escuchar a su mujer. Impresiona ver la viveza de sus ojos en un cuerpo y un rostro absolutamente inmóviles.

 Pregunta. ¿Cómo está?

Respuesta. Físicamente mal, incapacitado al 100%. Anímicamente muy bien, con el cerebro más activo y positivo que nunca.

P. ¿En qué piensa un hombre que solo puede pensar?

R. Ahora mi vida es un pensamiento permanente. Pienso que la vida es hermosa porque me ha dado una mujer y unos hijos ejemplares. Pienso, más que nunca, que he sido afortunado.

P. ¿Se cabreó con el diagnóstico? ¿Cuánto tardó en asumirlo?

R. No, no me enfadé con nadie, pero me destrozó. Interioricé que tenía ELA pasado medio año y vi que podía ser una oportunidad de seguir siendo yo mismo.

Luzón ni habla ni escribe. Usa una tableta que le ponen ante los ojos, mira letra a letra el teclado y un sintetizador reproduce sus palabras. Así, asistido por María José, tardó dos días en contestar estas preguntas. Hoy nos recibe para recrear el proceso y hacer las fotos y el vídeo. Puede que sea la última entrevista cara a cara que conceda.

Francisco, Paco, Luzón (Cañavate, Cuenca, 71 años) fue directivo del Banco Santander.

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