La asistencia primaria está agotada. Ese es el mensaje que han lanzado los médicos gallegos con una huelga, la segunda este año, con la que han querido alertar de la grave situación en la que se encuentran los servicios sanitarios. La escasez de médicos y pediatras y la sobrecarga asistencial están deteriorando gravemente el funcionamiento de la sanidad pública, que no se han recuperado todavía de los recortes provocados por la crisis, pese a los años de bonanza económica. En 2011, el gasto sanitario público representaba el 6,5 del PIB; con la crisis, en 2013 bajó al 6%, y desde entonces no solo no se ha recuperado, sino que en 2017 cayó al 5,9%. Esta situación de precariedad presupuestaria crónica ha tensado la capacidad del sistema, no solo en Galicia, sino en toda España, para dar respuesta a las crecientes necesidades de la población y pone en riesgo la valoración social del que es sin duda uno de los principales pilares del Estado de bienestar.

El aumento sostenido de las listas de espera, incluso para ser atendido por el médico de familia, ha ido acompañado de una sobrecarga asistencial que ha llevado a los profesionales al límite de su capacidad de resistencia. La necesidad de revertir este deterioro debería ser una poderosa razón para acabar con la inestabilidad política. Necesitamos un Gobierno estable con capacidad para encarar esta situación con presupuestos y reformas que permitan revertir el deterioro de los servicios.

Entre estas reformas debería priorizarse dotar de mayor capacidad resolutiva a la asistencia primaria. Los médicos gallegos se quejan con razón de que es la cenicienta del sistema. Las actuales plantillas son insuficientes para atender las necesidades de una población rural envejecida y dispersa. La Junta de Galicia ha prometido la incorporación de 80 médicos de familia y 20 pediatras, pero los facultativos en huelga estiman que sería preciso contratar por lo menos a 350. Los problemas que aquejan a la sanidad gallega son extrapolables a otras muchas zonas. La falta de médicos y pediatras es precisamente una de las quejas recurrentes de la llamada España vacía.

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