SU NOVELA El club de los mentirosos marcó un antes y un después en el género de las memorias en EE UU. Tan cruda como desternillante y conmovedora, recrea su infancia con una madre culta y alcoholizada, mientras su padre se evadía bebiendo con sus amigos, los mentirosos. Desde hace 30 años, Mary Karr (Groves, Texas, 1955) da clase en la Universidad de Siracusa (Nueva York). Ha firmado ensayos, como El arte de la memoria, y tres poemarios autobiográficos. Ahora se traduce al castellano su tercera memoria, que da cuenta de su propio alcoholismo, su cura, su transformación en escritora y su encuentro con una fe que es más fe en el ser humano que en ningún dios. Iluminada es, para Karr, su texto más maduro, un viaje a través de la maternidad, la culpa, la caridad y el humor. En su pequeño y luminoso apartamento, en el Upper East Side de Nueva York, hay un rincón con cojines: el reclinatorio donde reza a diario. Karr es diminuta. Parece que pesa medio kilo. Su fuerza y desvergüenza mantienen la cara de la niña despierta que fue. Dice que está sola y que es más feliz que nunca. No elude ningún tema: ni sus adicciones ni su noviazgo con David Foster Wallace. Ha hecho scones, no para el té de las cinco, más bien como quien se los come a mordiscos en el parque: los unta directamente en la mantequilla.

¿Qué le dio el valor de rebuscar en una infancia tan difícil? Necesitaba el dinero. Acababa de divorciarme. Tenía un niño de cinco años y no tenía coche.

Su franqueza marcó un antes y un después en el género. ¿Solo se aporta desde la sinceridad? Muchas mentiras venden libros. Lo que conmueve no tiene por qué ser verdad. Pero al mentir, cierras la puerta de la verdad. Puedes pensar que mientes en un detalle insignificante, pero la elección afecta al todo porque tu mente buscará lo bonito.

¿Tuvo que luchar para no embellecer su infancia?

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