Están todos, los jefes, los subjefes, los curritos y hasta los de informática, todos repletos de buenas viandas y alcohol a granel, y, quizás, a la hora de las copas, un poco de esas droguillas que ha traído Pepe el de Marketing y que ofrece entre risitas nerviosas. ¡Quién lo iba a decir, con lo formal que parece!

Cuando llega la hora bruja empiezan las confidencias, las salidas de tono, los chismes a discreción, esas verdades que le dices al coordinador de departamento, un poco en plan de coña, pero de las que al día siguiente, con un clavo atravesándote el cráneo, te acabas por arrepentir. Hubo quien se puso la corbata en la cabeza. Hubo quien bailó encima de la barra (luego dirá que era la primera vez). Las cenas de empresa son las despedidas de soltero del mercado laboral.

En el grupo de WhatsApp y en la máquina de café, entre cotilleos, empieza a tomar forma de la posibilidad de que Fernández y Cuesta hayan hecho el amor apasionadamente en el baño del garito. Uno de cada cinco españoles con pareja espera pillar cacho en la cena de empresa, según una encuesta del portal de contactos digitales extramatrimoniales Ashley Madison.

Historias como estas ocurren ahora que se acerca el invierno, llega la Navidad y las tragicómicas cenas de empresa. Pasea uno por Madrid y ve estrafalarios grupos en mesas larguísimas, una mezcolanza humana sin precedentes, un mix de jóvenes y viejos, de rastas y corbatas, todas las Españas emborrachándose juntas y jugando a Juego de Tronos.

La desactivación de la lucha de clases mediante el bebercio y lo gastro, aunque, no lo olvidemos: el jefe sigue siendo jefe y probablemente esté ojo avizor, tomando nota para luego aplicar las últimas técnicas management. En el futuro a las cenas de empresa solo asistirán los robots y el CEO, y comerán tuercas y beberán aceite. Y atentos, han dicho en la tele que si no paga la empresa, no es cena de empresa: se queda en improbable reunión de compañeros.

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