Las alarmas sobre la acrilamida sonaron hace tiempo. Esta sustancia química, potencialmente cancerígena aunque todavía no se conocen con detalle sus efectos sobre el organismo, se forma de manera natural en productos ricos en almidón cocinados a temperaturas elevadas, como las patatas fritas. La Unión Europea adoptó en abril del año pasado un reglamento que establece medidas para reducir su presencia y fija unos niveles de referencia orientativos para saber si están funcionando. Este miércoles, la organización europea de consumidores (BEUC) dio un paso más, enviando una carta a la Comisión Europea para exigir umbrales obligatorios y ampliar las investigaciones a más alimentos. Además, publicó los resultados de un estudio que analiza las cantidades de acrilamida en más de 500 productos en 10 países, entre ellos España.
El estudio de BEUC, que toma como muestra galletas, patatas fritas, cereales o café, concluye que la mayoría de los productos analizados se encuentra por debajo de los niveles de referencia fijados por la normativa. Pero en el caso de las galletas, sean saladas o dulces, las cosas cambian: un tercio de las examinadas está en el límite o por encima de los niveles establecidos para esta categoría de productos. “El problema con las galletas y las obleas es aún más significativo si se considera que muchos de estos productos son consumidos frecuentemente por niños menores de tres años”, reza el estudio. La investigación también se pregunta cómo evaluar alimentos como los chips a base de vegetales, tan de moda pero que todavía no cuentan con un nivel de referencia específico.
El potencial dañino de la acrilamida y su formación en alimentos cocinados a una temperatura superior a 170 grados con baja humedad —es el caso de productos que se hornean, tuestan o fríen, tanto en casa y en restaurantes como en procesos industriales— se conoce desde hace más de tres lustros, y se ha demostrado que su consumo incrementa en animales el riesgo de desarrollar cáncer y tener problemas en el sistema nervioso. En 2015,