El empleo es la única manera de procurarse las necesidades básicas a largo plazo de la que dispone en el sistema económico actual la grandísima mayoría de la población mundial, y por tanto se convierte, en sí mismo, en una necesidad.

Ocupando un lugar tan central en nuestra supervivencia y una cantidad tan extensa de tiempo (para la mayoría de las personas, cerca de un tercio o más del día a día), no es de extrañar que tanto su ausencia como él en sí mismo ejerza una fuerza mayor en lo que respecta a nuestra salud mental. Examinar ambas vertientes del problema puede ofrecernos claves para establecer relaciones más sanas con el trabajo como individuos y como sociedad.

«El desempleo afecta negativamente a las funciones manifiestas del trabajo (seguridad, función económica, necesidades vitales básicas) y sobre las latentes (integración social, sentimiento de utilidad, identidad, autoestima, pertenencia social, estatus, estructuración del tiempo, etc.)», explica a 20Minutos Carlos María Alcover, catedrático de Psicología de los Grupos y las Organizaciones en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid: «En consecuencia, sus efectos sobre la salud mental (y física) son prácticamente inevitables: ansiedad, síntomas depresivos, preocupación por el futuro, incertidumbre y sentimientos de falta de control, disminución de la autoestima y la autoeficacia, problemas de sueño,

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