La acondroplasia es una forma de enanismo que afecta a los cartílagos. Dicho trastorno genético se presenta en ciertos espectáculos como un reclamo para atraer al público. En la Norteamérica de finales del XIX, el circo de Phineas Taylor Barnum fue un claro ejemplo de entretenimiento donde las deformidades humanas, y en especial el enanismo, tuvieron su sitio. Entre otras atracciones, Barnum exhibía a Tom Thumb, “el general más pequeño del mundo”.

Con la llegada del cine, el enanismo quedó convertido en un elemento más de perturbación y sobresalto cada vez que se mostraba en la gran pantalla. Son innumerables las películas donde el enanismo protagoniza escenas. Lo de aprovechar el efecto de una malformación para perturbar a los espectadores ha sido recurso a utilizar por los más grandes cineastas. Todo hay que decirlo. Sin ir más lejos, Orson Welles lo hace en su última película comercializada hasta la fecha Al otro lado del viento. Pero, sin duda alguna, la película donde el enanismo tiene su protagonismo es en La parada de los monstruos dirigida por Tod Browning en los años treinta.

La mayoría de los personajes que aparecen en esta película no presentan enanismo acondroplásico, sino otro tipo de enanismo denominado “enanismo hipofisario”. Dicho enanismo, al igual que el acondroplásico, es también un problema de desarrollo. Sin embargo, la causa del enanismo hipofisario se encuentra en la glándula pituitaria cuando esta no libera suficiente hormona de crecimiento. La diferencia entre una forma de enanismo y otra se puede percibir a simple vista. Mientras que en el enanismo provocado desde la misma hipófisis se da cierta simetría entre las extremidades, en el enanismo acondroplásico los huesos crecen de una manera desproporcionada, sin respetar la armonía. “Padecen deformidades que se consideran a merced del viento”, escribe John Irving en su novela Un hijo del circo, la historia del doctor Farrokh Daruwalla, cirujano ortopedista y hombre de ciencia que “recelaba de los delirios holísticos en nombre de la verdadera medicina”. Para ampliar sus conocimientos, el doctor Farrokh curioseaba en la genética de hombres aquejados de acondroplasia sacando muestras de su sangre.

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