Este es un artículo inútil, porque la gente racional no lo necesita, y el resto no lo va a leer, o si lo lee no se lo va a creer. Si los periodistas científicos, o los periodistas en general, tenemos una religión, es que la información os hará libres: disipará vuestros prejuicios hasta sustituirlos por la verdadera sabiduría, evitará que caigáis sepultados bajo estratos de engaño y malicia y, lo más importante de todo, os enseñará a pensar con la claridad suficiente y la suspicacia necesaria. Es una idea preciosa, pero que, al menos para el periodismo científico, no concuerda con los datos. Aprende en Materia que hay una ciencia sobre la pseudociencia, una investigación empírica sobre la forma en que se propagan el engaño y la fábula a costa de la razón. Y que esa investigación está haciendo tambalearse nuestra religión periodística. Es lo que tiene la ciencia, que siempre acaba destruyendo las creencias.

Las personas que más utilizan y defienden las pseudociencias, incluidas las pseudoterapias, no encajan en el estereotipo del ignorante

Las personas que más utilizan y defienden las pseudociencias, incluidas las pseudoterapias, no encajan en el estereotipo del ignorante. Son más bien gente de clase media o más que media, por lo general con estudios universitarios y a menudo con un perfil progresista. Hay médicos colegiados que se dedican a prescribir homeopatía y, como sabemos en España, universidades deseosas de ofrecer cursos y másteres sobre pseudoterapias. La ilustrada Francia ha sido durante décadas la verdadera rémora para que Bruselas y Estrasburgo regularan la homeopatía basándose en la evidencia científica, y no en los intereses comerciales de la multinacional gala Boiron, una verdadera vendedora ambulante de irracionalidad en frasco. No, que la gente tenga estudios e información no parece ser la clave para evitar su confusión. Hay otros factores más prometedores.

Los medios de comunicación solemos cargar con todas las invectivas, en el eterno retorno de uno de los chascarrillos más virales de nuestro tiempo. Pero la realidad tampoco se aviene al bulo en este capítulo.

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