Es la una de la tarde, hace un frío que pela, pero Isabel Gemio se pide una copa de cava para empezar la charla. Ha citado en el Club Alma, un pisazo del barrio de Salamanca convertido en club de mujeres profesionales, y una tiene los suficientes prejuicios para preguntarle por qué champán a estas horas. “¿Por qué no?, responde. “Para celebrar la vida. Mi hijo me ha enseñado a vivir el momento, a corazón abierto y sin antídotos”. Su hijo es Gustavo, el bebé que adoptó sola dos años antes de tener a Diego su hijo biológico con su expareja, Nilo Manrique. Desde que a Gustavo, que hoy tiene 21 años, le diagnosticaron de bebé distrofia muscular, una enfermedad degenerativa incurable, Gemio es la misma y es otra. Aquí lo explica.
¿No se enfadó con el mundo cuando supo el diagnóstico de Gustavo?
Los primeros seis u ocho años no creí posible vivir sabiendo lo que tenía. Mi mente se bloqueó, mi vida entró en pausa. Me escondía, no salía, me negaba todo. Estuve noqueada, más muerta que viva. Pero tus hijos te obligan a levantarte. Sales al mundo, ves que no eres la única y tiras adelante.
En tiempos de psicología positiva, lo que dice no queda bonito.
Lo único que depende de ti en una enfermedad incurable es cómo te enfrentas a ella. Pero no es fácil. Es un proceso y no todo el mundo lo consigue. He visto a muchas madres deprimidas y a muchos niños tristes, y es su derecho. La teoría la sabemos. La práctica, 24 horas, 365 días al año, es otra cosa. No hay antídoto posible para un dolor tan terrible como ver sufrir a un hijo sin remedio
¿Es una ‘madre coraje’?
No lo soy. Alguna que conozco sí. Mujeres con uno, dos, tres hijos con enfermedades horribles. Yo soy más bien una madre desesperada por saber que hay medios para curar a mi hijo, pero no hay remedio porque no se investiga lo suficiente.