«Lo que me gusta de mi país es que la mayoría de la gente me ve como una persona muy fuerte, porque he sobrevivido a muchos tormentos sin intentar matarme. Nunca lo he pensado». A Kalebe no le tiembla la voz cuando se pone en valor; lo que tiene se lo ha ganado a pulso; pero sí se emociona cuando menciona esos «tormentos». Se refiere a las agresiones verbales y a la discriminación que le ha tocado vivir por haber nacido en un cuerpo de hombre y sentirse una mujer. «Especialmente cuando voy a la ciudad, la gente me grita y me critica… Es muy duro, no te voy a mentir», reconoce. 

En Lesoto, la discriminación, el estigma y el acoso están a la orden del día, según atestiguan todos los estudios publicados hasta la fecha, y los mayores obstáculos en la inclusión del colectivo emanan «de una mezcla de homofobia, patriarcado y actitudes religiosas y políticas negativas», según un informe de 2017 elaborado por la Fundación Other, especializada en orientación sexual e identidad de género en el sur de África. «¿Que qué pienso cuando me insultan? Ah… En el pasado sí me importaba, pero ya me da igual», se burla Kalebe.

Una investigación más reciente, de agosto de 2019, realizada en nueve países de África del sur y oriental por el colectivo Search, da una visión de la «precaria situación» de la comunidad LGTBI: en comparación con el resto de la población, este colectivo presenta «niveles mayores de problemas de salud mental, más violencia contra ellos y más barreras a la hora de acceder a la atención sanitaria que tienen que ver directamente con su orientación sexual o su identidad de género». El informe revela que un 72% de los transexuales consultados ha sufrido violencia verbal alguna vez, un 22% violencia sexual y un 40% violencia física. En la mayor parte de los casos, por parte de extraños.

La lectura positiva es que también se han producido avances en un tiempo relativamente corto. Desde 2012, cuando se despenalizó la homosexualidad en Lesoto,

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