The Conversation

Posiblemente pensemos que sabemos lo que compramos. Pero, ¿es realmente así? Por ejemplo, ¿sabemos distinguir entre un zumo y un néctar? ¿O cuándo un alimento tiene un exceso de azúcares añadidos? ¿Sabemos valorar si necesitamos tomar ciertos alimentos enriquecidos?

Seguro que más de una persona ha llegado a casa con un supuesto paquete de “queso para fundir”. Y resulta que, al leer la etiqueta con más atención, la palabra “queso” no aparecía por ningún lado. Leyendo con detenimiento, la denominación del producto —que nos indica lo que realmente estamos comprando— dice: «Preparado lácteo rallado en hilos para gratinar y fundir».

¿Y eso no es queso? No. En este caso los ingredientes son agua, grasa vegetal de coco, leche, almidón modificado de patata, sal, proteínas de leche, fermentos lácticos, colorante y potenciador de sabor. Muy lejos de la definición de queso, cuyos ingredientes serían leche, cuajo y sal. Por lo tanto, fijarse en la denominación del producto es el primer paso para que no nos den gato por liebre y comer de manera saludable.

Otro ejemplo muy común en relación a la denominación del producto son las bebidas elaboradas a base de frutas exprimidas. Que en el envase aparezcan fotos de frutas, no significa que se trate de un zumo. De hecho,

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