Justo cuando Jean-Claude Juncker abandona su cargo de presidente de la Comisión Europea, y tras 20 años de espera, la Unión Europea acaba de firmar un acuerdo de libre comercio con Mercosur, el supuesto mercado único que mucho dista de serlo dadas las diferencias recurrentes en las políticas económicas de sus Estados miembros, especialmente entre Argentina y Brasil pero también de los más pequeños Paraguay y Uruguay.

A pesar de las enormes imperfecciones de dicho mercado único, su tamaño —ya sea en población, con 260 millones de habitantes, ya sea en producto interior bruto, de unos 2,2 billones de euros— lo hace sin duda interesante para la UE. Esto es así porque la vieja Europa depende cada vez más de otros mercados para poder crecer ante el envejecimiento de su población y la falta de reformas estructurales, factores que siguen reduciendo su ya muy limitado crecimiento potencial.

Aunque el tamaño del bloque de países del Mercosur bien merece la atención de Europa, lo cierto es que los más de 20 años de difíciles reuniones y la actual transición de poder en las instituciones europeas hacían difícil pensar que se llegara a un acuerdo. La pregunta por tanto es cómo ha sido posible.

La realidad es que la UE, con la Comisión a la cabeza como único responsable de la política comercial, cada vez está viendo más cerca lo que hasta hace poco era un escenario catastrófico pero muy improbable: un mundo sin árbitro en las reglas comerciales multilaterales, función que hasta ahora era desempeñada por el Tribunal de Apelación de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Pero a finales de este año dicho tribunal no podrá ejercitar sus funciones si la Administración de Donald Trump sigue bloqueando el nombramiento de sus jueces. Ante tal abismo, la Comisión Europea no puede seguir esperando a reformar la OMC en contra de la posición de EE UU y de una China que no quiere transformarse en una economía de mercado. Esto le empuja a desempolvar los acuerdos de libre comercio que estaban estancados,

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